Recuerdo aquellas mañanas, cuando mi madre venía a despertarme para que me levantara de la cama para que fuera al colegio. Recuerdo que eran varias veces las que tenía que venir a avisarme, hasta que se acababa cabreando conmigo por ser tan perezoso.
Recuerdo las mañanas de frío, esas que pagarías lo que fuera para poder quedarte en la cama durmiendo. Recuerdo esos mega desayunos para poder afrontar el día con mucha energía.
Recuerdo las prisas que tenía que darme para poder desayunar, cambiarme de ropa e ir corriendo al colegio para no llegar tarde, y todo eso provocado por mi aplastante pereza matutina.
Recuerdo las caras de alegría de los compañeros al vernos por las mañanas, recuerdo como contábamos emocionados lo que nos había pasado el día o fin de semana anterior.
Recuerdo los nervios que pasábamos, cuando el profesor nos preguntaba si alguien se ofrecía voluntario para corregir los deberes. Todos esperábamos a que alguien alzara el brazo y levantase el dedo índice, pero, muchas veces, nadie lo hacía y el profesor sacaba a pasear su brazo ejecutor y señalaba a la víctima elegida.
Recuerdo los nervios previos a un examen, o incluso a los nervios previos a conocer los resultados del examen aquel al cual teníamos tanto miedo. Incluso nos moríamos de miedo cuando pensábamos que íbamos a catear alguna asignatura, y al final acabábamos suspirando cuando en nuestro boletín veíamos un aprobado.
Recuerdo los días en los que teníamos educación física y el profesor nos dejaba jugar a fútbol, ¡cómo gozábamos!
Recuerdo aquellos momentos de recreos, eran los más deseados, recuerdo nuestra frustración cuando llovía y no podíamos disfrutar como queríamos.
Recuerdo los momentos previos, a que salieran las listas donde se indicaba en que clase nos tocaba ese curso, todos cruzábamos los dedos deseando que nos tocara con los amigos de siempre, que no nos separaran y sobre todo, que como mínimo, volviéramos a ser los mismos del curso pasado.
Recuerdo las caras de alegría al repasar las listas de clase y ver que seguíamos en el mismo grupo, la vida nos sonreía mucho más de pequeños.
Recuerdo todas esas anécdotas que nos contábamos al volver de las vacaciones, nuestras caras de felicidad por haber disfrutado del verano, nuestras caras de felicidad por volver a juntarnos otro año más, otro curso más, nuestras caras de felicidad por volver a estar entre amigos.
Recuerdo todos los preparativos que hacíamos para poder irnos de viaje de estudios, vendíamos papeletas de un sorteo, que realmente tengo mis dudas que alguna vez alguien se llevara el premio. Eran muchos meses de preparativos para apenas unos días los que íbamos a poder disfrutar, ¡pero qué días!. En los meses previos, los días en la cuenta atrás para el viaje se hacían eternos, pero una vez estábamos disfrutando del viaje, los días pasaban volando. ¿Por qué todo lo que se disfruta pasa volando?
Recuerdo todos esos días con mucho cariño, con muchísimo, más de lo que podéis imaginar, mucho más de lo que por aquel entonces podría haber imaginado. Volvería a vivir cada uno de esos momentos, momentos mágicos, muy mágicos, porque al final nuestra infancia, está llena de ellos.
Incluso recuerdo aquel primer amor platónico,
aquel que jamás tuvimos el valor de confesarle a esa persona, porqué con mejor o peor criterio consideramos que no era el momento de amores, que era el momento de disfrutar de nuestra niñez, donde nuestro amor preferido era reírnos a carcajadas sin importar el que dirán, sin pensar en el futuro, viviendo a tope el presente.
Y tú, ¿recuerdas todos esos momentos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario